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Entrevista Secretario General del PC de Madrid Álvaro Aguilera: "Nos han metido para dentro"

Acaba de publicar su primera novela Plato de mal gusto, en la editorial AKAL

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Plato de mal gustoÁlvaro AguileraAKAL
Álvaro Aguilera Fauró (Madrid, 1985) acaba de publicar su primera novela (Plato de mal gusto, Edit. Akal 2017) y como buen primerizo vive pendiente de las críticas que los lectores hagamos. Se muestra satisfecho porque muchas de las personas que la hemos leído le hemos dado motivos para estarlo. La novela engancha, entretiene, divierte y hace pensar. Y a eso aspira Álvaro cuando escribe. He quedado con Álvaro en un bar de Latina en la víspera de San Isidro. Acaba de volver de pasar unos días con el grupo de teatro aficionado que él dirige (RAKATÁ) ensayando “De repente el último verano”, de Tenesse Williams. Él ha escrito la adaptación, dirige y actúa. Entre ensayos y reuniones encuentra tiempo para escribir (está terminando su segunda novela y dos poemarios).

Mundo Obrero: ¿Por qué escribe Álvaro Aguilera?
Álvaro Aguilera:
Escribir, para mí, es vocacional. Es la única manera que tengo de expresar mi forma de ver el mundo. A través de la ficción puedo dar mi visión del mundo, del sexo, del crimen, de la política, de la sociedad, de las finanzas... es la manera que tengo de decir lo que pienso del mundo: Contar historias.

M.O.: ¿Cómo se lleva tu vocación literaria con tu compromiso político?
A.A.:
Son la misma cosa. Tú ves el mundo de una manera e intentas transformarlo con las herramientas que tienes: una es la política y otra es la literatura, que es una herramienta estupenda, más que para transformar el mundo, para hacer pensar al lector sobre cuáles son los mecanismos reales que mueven a la sociedad y que deciden nuestra vida.

M.O.: ¿Encuentras respuestas en la literatura?
A.A.:
No. Encuentro preguntas. Y yo tampoco quiero dar respuestas a través de la literatura, quiero generar preguntas. Llegué a la política por la literatura. Desde el momento en que empecé a leer me di cuenta de que todos los escritores, poetas y dramaturgos a los que más admiraba, por su vida y por lo que me transmitían, tenían una vinculación con una forma de entender el mundo ligada a la defensa de lo común, del comunismo. Esto me hizo hacerme muchas preguntas.

M.O.: Tu primera novela es una novela negra, dicen algunos que es un género menor.
A.A.:
Para nada. La novela negra es la gran novela del siglo XX, la que ha sido y sigue siendo más capaz de explicar la sociedad de cada época. Para entender las sociedades latinoamericanas hay que leer novela negra latinoamericana, como mejor se entiende la sociedad estadounidense es leyendo novela negra. Ha habido autores, desde Poe, al que consideramos fundador y padre del género que han llegado a altas cotas literarias y sólo te citaré a mi trío favorito: Dashiel Hammet, Chester Himes y Raymond Chandler.

M.O.: Entonces, ¿por qué has escrito una novela negra?
A.A.:
Para contar lo que yo quiero contar, la situación de los seres humanos frente a un mundo que ya no les pertenece, la mejor herramienta que he encontrado es la novela negra, de la que soy un lector compulsivo. Es la que tiene que ver con el crimen que vincula lo pequeño con las grandes decisiones en los despachos que no conocemos, ni estamos en sus conciliábulos ni nos convocan a sus reuniones. Todo eso tiene un efecto en nuestra vida, un efecto en la vida de los seres solitarios, de los seres que no encajan en el engranaje social y político (como los comunistas hoy).

M.O.: Has escrito una novela negra en la que no aparece ni un policía.
A.A.:
Aparecen lo jefes de la policía.

M.O.: Y no te refieres al comisario.
A.A.:
No, me refiero a los jefes de verdad, a los que ni los propios policías saben que son sus jefes.

M.O.: Esta novela está escrita hace más de una década y retrata la geografía humana de un ciudad como Madrid en un momento histórico determinado, donde aparecen claras referencias a tus raíces sentimentales de barrio (Las Águilas, Latina) así como ese Madrid del que conocemos la sombra que hace sobre el horizonte, su skyline, pero sólo sospechamos cómo son sus despachos, la geografía humana del Madrid del pelotazo.
A.A.:
Hay algo que me obsesiona, sobre lo que más me apetece escribir. Siento personalmente que formo parte de una generación que es la última que ha vivido un mundo y la primera que vive otro. La última que ha vivido el mundo de las canicas, de las peonzas, de la tartera de los domingos en el campo y la primera que ha vivido una sociedad completamente distinta que tiene que ver con internet, con el nuevo modelo de relaciones sociales y laborales. Me valgo de Palacios, el protagonista, para hablar de lo que para mí es esa transición, una transición en la que no tenemos capacidad de incidir, de influir. De pronto un día nos cambian el barrio, nos pintan los edificios, nos sustituyen la mercería Puri por una tienda de Orange sin darnos cuenta, y de repente ese viejo barrio y las formas de relacionarnos han desaparecido y las hemos perdido. Palacios ya no cabe ahí, no es su mundo, que se derrumba y desaparece. Eso es algo que yo mismo siento y que me produce una enorme tristeza.

M.O.: ¿Una novela de barrio?
A.A.:
Quizás. La literatura tiene que contar lo que pasa en los barrios, no sólo de lo que pasa en los centros de las ciudades o en los pueblos abandonados, algo que aparece mucho en las novelas, pero los barrios, que es donde viven la mayoría de los seres humanos, es donde pasan cosas.

M.O.: ¿Estamos solos en la ciudad?
A.A.:
Creo que cada vez más. Y es una cosa sobre la que quería reflexionar en la novela. Nos han metido para dentro, nos han ido aislando poco a poco del resto. Ahora son los inmigrantes los que están haciendo vida de barrio, los españolitos, como dice Palacios en la novela, ya no lo hacen. “Menos mal que están ellos”, dice Palacios en un pasaje.

M.O.: Hoy he estado en San Isidro y he visto que las sombrillas con tarteras en el césped eran en su mayoría inmigrantes. Pero a nosotros nos han dicho que la ciudad molaba porque para alguien de provincias el anonimato es un valor.
A.A.:
A mi me gustaba más cuando de pequeño salía al parque y no habías quedado con nadie por whatsapp, porque sabías que en el parque iban a estar los amigos y no hacía falta ni llamarse por teléfono. Nos han metido para dentro.

M.O.: ¿Y las gentes de la izquierda también somos víctimas de eso?
A.A.:
Absolutamente. Hemos asumido que el centro de Madrid mola porque nadie te conoce, que puedes ir por la calle sin que nadie te salude. La izquierda es la cultura de lo común, de la solidaridad y el apoyo mutuo. En estos tiempos, si a mi vecino le salen goteras, no me entero, es que no sé ni como se llama.

M.O.: ¿Nos falta barrio a la izquierda?
A.A.:
Mucho. Nos falta mucho barrio. Nos falta saber qué es una bodega, una mercería, una casquería. Nos falta mercado (de abastos), nos falta tienda pequeña, papelería.

M.O.: Te veo melancólico.
A.A.:
No, sólo quiero hacer reflexionar sobre ese hecho. Eso es lucha de clases en estado puro. La pérdida de una identidad colectiva.

M.O.: ¿Y crees que nuestro partido está reflexionando y actuando bien en ese sentido? En el terreno de la batalla cultural basada en las identidades colectivas de clase. Porque yo no creo que la política cultural de un partido comunista deba basarse en firmar manifiestos o en la mera práctica memorialística de nuestros poetas muertos...
A.A.:
Lo que nos falta, no solo al partido, sino a la izquierda en general, es entender cuál es el papel de la cultura en el engranaje del sistema político, social y económico. La cultura tiene tres deberes fundamentales: divertir (…)

M.O.: ¿Eso no es pequeño-burgués?
A.A.:
(risas) No, en absoluto. La cultura debe divertir, hacer pensar, no decir lo que tenemos que pensar. Y, por último, reivindicar la emoción. Esos tres elementos de la cultura hay que ligarlos a la política. Si eliminas algunos de esos tres elementos, no tienes proyecto político cultural. Si no entretienes nadie te va a hacer ni caso, te conviertes en un pesado; si no haces pensar y lo que haces es dar respuestas, para eso te vas a un mitin o te quedas viendo el fútbol en tu casa, y si no emocionas no va a haber un vínculo sentimental. Construir una sentimentalidad común, partiendo de una serie de preguntas y reflexiones comunes que se contrapongan a la ideología dominante. Esto es algo que la izquierda no ha comprendido. La izquierda utiliza la cultura o bien como un escaparate electoral o como mera transmisión de sus ideas. Y eso no va a ningún lado. Cuando empecé a leer a Hammett no tenía ni idea de que era del partido comunista. Cuando me empecé a hacer preguntas pude ver que eran las mismas que muchas otras se hacían. Pero no me dijo la literatura lo que tenía que pensar, algo que, en demasiadas ocasiones hacemos desde la llamada “cultura de la izquierda”.

M.O.: O sea que Hammett te ayudó a ser militante comunista...
A.A.:
Sin duda alguna

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